14 de febrero de 2013

Los colores litúrgicos



Los ornamentos del altar, del celebrante y de los ministros deben ser del color propio del Oficio y de la Misa del día o de otra Misa que haya de celebrarse (Rubricarum Instructum, núm. 117). En su origen, y a diferencia de lo que ocurría con las religiones antiguas, la Iglesia no prescribía ningún color especial para los ornamentos, como todavía ocurre con la Iglesia oriental. Fue recién en el siglo XII que comenzaron a dictarse disposiciones específicas, para reflejar también en la indumentaria ministerial y en la disposición del altar el carácter propio de los misterios de fe que se celebran y el sentido progresivo de la vida cristiana a través del año litúrgico (Instrucción General del Misal Romano, núm. 345). Desde Inocencio III (1161-1216), los colores aprobados por la Iglesia Católica latina para las celebraciones litúrgicas son seis: el blanco, el rojo, el verde, el morado, el rosa y el negro (Rubricarum Instructum, núm. 117 y 131; Instrucción General del Misal Romano, núm. 346). Conservan, sin embargo, todo su valor, los indultos y las costumbres legítimas acerca del uso de otros colores, como ocurre en España e Hispanoamérica con el azul respecto de la fiesta de la Inmaculada Concepción (8 de diciembre).

El blanco fue el color más común en las asambleas litúrgicas de los primeros tiempos, por ser símbolo de Dios y de la Verdad Absoluta (Dn. 7, 9; Mt. 17, 2). Representa el gozo, la inocencia, la gloria de los ángeles, el triunfo de los santos, la victoria del Redentor y la alegría festiva de su Resurrección. Se usa en todas las fiestas del Señor; de la Santísima Trinidad; de la Santísima Virgen; de todos los Ángeles, Pontífices, Doctores, Confesores y Vírgenes y, en general, de todos los Santos y Santas que no han padecido el martirio. Es el color prescrito asimismo para las Misas de coronación del Sumo Pontífice, y en los aniversarios de éste y del Obispo diocesano; para las de esponsales; y para las del Santo Crisma y de la Institución celebradas el Jueves Santo.

El rojo expresa el fuego abrasador de la caridad con su esplendor y la sangre de los mártires con su color. Su uso se reserva a las fiestas del Espíritu Santo, de la Santa Cruz y de los mártires, comprendidos los Apóstoles (con excepción de san Juan), y para la procesión y bendición de los ramos de la domínica II de Pasión.

El verde es el color de la esperanza, lo que explica que se utilice durante todo el tiempo después de Epifanía y Pentecostés, que es el período durante el cual la Iglesia militante, guiada por el Espíritu Santo y la acción de sus pastores, peregrina hacia la Casa del Padre. También recuerda el crecimiento de la virtud en el jardín de la Iglesia, que se nutre del encuentro cotidiano con el Pan y la Palabra. Este color se emplea todos los días que no tienen un carácter bien determinado y, por tanto, para los que no está prescrito el blanco, el rojo o el morado, como ocurre con los tiempos antes señalados.   

El negro es la negación del color, que surge dela descomposición del haz de luz que proyecta el blanco. Mienta la nada, el mal, el error y la muerte que sobrevienen cuando el hombre se deja llevar por la rebeldía y se aparta de Dios. Simboliza la acción de Satanás, autor de nuestra muerte por causa del pecado, y su victoria pasajera sobre el mundo. Por reflejo quiere despertar en nosotros un espíritu de penitencia, expiación y dolor, razón por la cual era empleado antiguamente durante el Adviento, desde Septuagésima a Pascua y en la fiesta de los Santos Inocentes. En la forma extraordinaria se utiliza para el Oficio de Viernes Santo hasta la comunión inclusive, y en los Oficios y Misas de difuntos, cuando parece que la muerte se ha impuesto sobre la vida. En la forma ordinaria se puede usar igualmente en esta segunda ocasión allí donde exista la costumbre (Instrucción General del Misal Romano, núm. 346).  

El morado es un color sombrío, tétrico, impregnado de muerte, y por eso siempre ha estado asociado como un símbolo de penitencia, aflicción, expiación y resignación. Se obtiene de la unión del rojo y el azul, por lo que unifica sus simbolismos: el amor verdadero y el amor a la Verdad. Paulatinamente reemplazó al negro durante el Adviento, desde Septuagésima a Pascua, en la comunión y acción litúrgica del Viernes Santo, en las ferias de Témporas de septiembre, en las Misas de Letanías mayores y menores, en las Vigilias y en ciertas Misas votivas.  Es también el color de los exorcistas, de ahí que se usara en la primera parte del rito de Bautismo, en bendiciones, exorcismos y en la Extremaunción.


El rosa es la atenuación del morado, que aminora su austeridad y rigor penitencial. Quiere marcar un anticipo de felicidad y alegría que alimente nuestra esperanza, por lo que su uso queda circunscrito facultativamente para la domínica III de Adviento (Gaudete) y la domínica IV de Cuaresma (Laetere), pero solamente durante la celebración de la Misa dominical (Rubricarum Instructum, núm. 131; Instrucción General del Misal Romano, núm. 346). En estos dos domingos, que toman su nombre de los respectivos Introitos,  el órgano y las flores, prohibidos durante el resto de la estación, vuelen a estar presentes durante la celebración de la Santa Misa, cuyas oraciones nos recuerdan que la verdadera penitencia se ordena a obtener los consuelos divinos y prepararnos interiormente para esos grandes misterios de nuestra fe que habremos de presenciar dentro de unos días. La Iglesia, madre y maestra, quiere darnos un respiro de júbilo en medio un tiempo de penitencia espiritual y corporal, y lo refleja mediante un color que, por su mayor claridad, presagia la fiesta con que celebraremos la Natividad y Resurrección del Señor.


No existe claridad sobre el origen del uso litúrgico de este color. Dada su referencia etimológica con las flores de las variedades rosadas clásicas de los rosales antiguos, hay quien ha intentado justificar su empleo en la domínica IV de Cuaresma con el hecho de que ese día el Papa bendice la rosa de oro, condecoración con categoría de sacramental creada en 1049 por León IX (1002-1054) y que se otorga príncipes cristianos o se ofrece en honor de algún advocación mariana. De hecho, este domingo siempre ha estado asociado con la figura del hijo que reconoce su verdadera maternidad (Epístola, tomada de Gl. 4, 22-31), desde donde se colige su sentido mariano. De ahí que se haya hecho costumbre que ese día los fieles rindan ofrenda a su catedral o que, desde el siglo XVI, sea el domingo en que se celebra a las madres en el Reino Unido e Irlanda. Pero esta explicación deja sin justificar la utilización del color rosa durante el Adviento, salvo por la consideración de que éste fue concebido como un período penitencial paralelo a la Cuaresma y de posterior aparición.     


Excepcionalmente, por la preciosidad de la materia está permitido usar ornamentos de tisú de oro en sustitución del blanco, rojo, verde y morado; y de tisú de plata sólo en reemplazo del primero de esos colores.

Jaime Alcalde



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